la barra ejecutiva
La vi parada en una esquina, sino fuera porque el silencioso viento movía suavemente su cabello, ella, desde esa distancia, se veía como la más hermosa obra de arte, algo que se debe observar de lejos y no se debe tocar.
Cuando finalmente camino lo suficientemente cerca, la combinación entre el perfume que traía puesto y el olor natural de su cuerpo es tal, que mi boca sonríe en contra de mi voluntad. Escucho un “Hola” sobre mi hombro y mientras giro mi rostro, no puedo parar de pedir que esto no sea un sueño. Ni siquiera en las numerosas noches que he estado sólo en mi cama imaginando un momento similar, existía una mujer tan hermosa como ella.
“¿Conoces la historia de la princesa que se para sobre la colina?”, dije alzando mi voz, mientras dejaba de mirar el piso y mis ojos subían buscando su mirada. Ella me miraba de manera extraña mientras sostenía su celular, aparentemente no era para mí el saludo, pero igual, al escuchar aquellas palabras tan peculiares, me hizo señas con su mano derecha de que esperara. Luego de terminar la llamada dijo, “¿Qué manera más curiosa de saludar a una mujer que acabas de conocer…?”.
Apenado, no puedo hacer más que soltar una pequeña risa, la cual fue rápidamente cortada por la sensación de su mano agarrando la mía , “Ven tomemos algo y me terminas de contar la historia de la princesa”. Tan pronto la toqué, entré en aquel cuarto oscuro donde sólo la puedo ver, sentir y escuchar a ella. Sus manos tenían un tacto demasiado suave, como si estuviera agarrando una pequeña bola de algodón. Ella tiene una hermosa piel canela, un largo cabello castaño y tenía un hermoso esmalte naranja en las uñas. Traía puestos unos tenis blancos y un sencillo pero elegante vestido corto de color negro.
No podía percatarme de nada diferente a su rostro, todo lo que no era ella, se veía borroso y todo lo que no era su voz, se escuchaba como un molesto pitido atrás en mi cabeza. No puedo decir con certeza de qué estábamos hablando, estaba completamente concentrado en ver cada una de las preciosas figuras que se van formando en sus rosados labios, conforme las palabras salen de su boca, y en seguir, los sutiles cambios de dirección en su mirada, mientras vamos adentrándonos en aquella conversación.
Al sentir como una mano de tacto tosco posa sobre mi hombro, aquel cuarto en el que estaba con ella se quiebra y con esto, las figuras borrosas van tomando forma y los sonidos comienzan a tener sentido. Aquella mano era de un hombre moreno, algo obeso y de baja estatura, que de manera rápida y sin ningún tipo de delicadeza le dijo, “Le vas a prestar el servicio a él o puedes estar conmigo un rato”. Ella intenta decir algo y posa por un instante su mirada sobre mí, pero luego mira al hombre y dice, “No tengo problema desde que no sea mucho tiempo, la noche es larga y la quiero trabajar toda”. Él la agarra de la mano y se pierden fuera de mi mirada.
Noto que había entrado por un pasillo adornado con luces de neón azules. Escucho a lejos los sonidos distorsionados de la música y el hablar de un hombre en un micrófono, narrando los diferentes shows que habrán en el bar. Una luz rojiza llena el lugar, tubos de neón verde y morado decoran los alrededores de la pista central, de la cual emana una luz blanca tan pronto comienzan los bailes.
Puedo ver como las mujeres desfilan constantemente por las mesas buscando clientes y propinas, esperando formar parte del ambiente alegre de una mesa generosa. Bajo la mirada y me digo a mi mismo, “¿Cómo más habría de ser?”, sólo es necesario que rose aquellos sueños con la suave yema de mis dedeos para que se quiebren sobre mí, aunque en esta ocasión, ¿qué sueño se habría de alcanzar, si todo se hizo bajo el deseo de conseguir un cliente?. Amargado y herido, agarro las últimas dos cervezas que quedaron en la mesa y me dirijo lentamente a la barra de aquel bar a terminarlas en silencio.
“Que pena”, me dice una mujer desnuda que aparentemente acabó de terminar un baile, “¿Me puedes sostener esto?, sino me pongo la ropa interior, los hombres me intentan meter los dedos cuando paso por las mesas”. No puedo evitar pronunciar un “lo siento”, ante tan penosa situación. Ella dice, “No es nada” y me sonríe antes de seguir con su camino.
Dejo las botellas en la barra y tan pronto comienzo mi salida de aquel lugar, mitad borracho, mitad decepcionado, vuelvo a sentir el suave agarre de su mano y escucho, “¿Recuerdas en qué íbamos?”.
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