guardianes del deseo
Ella estaba sentada al frente mío mirando fijamente su vaso de té, estaba presente su cuerpo, pero su mente estaba en otro lugar del que no podía lograr sacarla. Para ganar su atención intenté hacer un truco de magia con un pitillo, lo cual resultó en yo regar mi bebida, pero no importa, ella soltó una corta carcajada y regresó de aquel lugar en el que su mente se encontraba.
Desde hace un tiempo tenía interés en ella, me gustaba como algo más que una amiga y quería invitarla a algo especial. Luego de mucho intentar y luchar contra su reducido interés a aceptarme una salida fuera de la ciudad, finalmente se pudo concretar una visita a un pequeño pueblo. Ya lo había visitado con anterioridad, allí había un pequeño bar donde las parejas se sientan a tomar cerveza y tiene un conveniente hotel al lado. El plan perfecto, habríamos de comenzar tomando algo de café y tan pronto la conversación se fuera volviendo más íntima y comprometedora, ella no vería problema en que bebiéramos algo de licor y pasáramos la noche en aquel lugar. No era la primera vez que habíamos salido, pero era la primera vez en la que buscaba pasar la noche con ella.
La conocí cuando cuando una amiga me invitó junto a varios de sus compañeros del trabajo a su casa a almorzar. Cuando llegué, ella se encontraba en la sala al final del sofá, inmóvil viendo televisión sin dar alguna pista de haber notado mi existencia hasta el momento en que tropecé levemente con la mesa en la que ella tenía puestos sus pies. No pude hacer más que murmurar una disculpa cuando su mirada se desvió por un instante, luego de estar completamente concentrada en lo que parecía ser una telenovela Coreana.
Hermosa mujer de cabello castaño, figura delgada y senos pequeños, cuyos ojos cuando se centraban en mí, daban una descontenta, pero encantadora mirada. Disfrutaba mirarla y disfrutaba más cuando ella para evitarme y demostrarme su rechazo, enderezaba la espalda y levantaba un poco el mentón como si estuviera balanceando algo en su cabeza que ya se fuera a caer.
No pasó mucho tiempo hasta que nos tocara lavar los platos de la comida, ya que ninguno de los dos quizo participar en su preparación. La sorpresa de quedar con su número al final de la noche, borró de mi mente las posibles palabras y actos que pude haber hecho para lograr tal resultado, pero no importa, si todo se da como deseo, no habría de volver a necesitar ninguno de los artilugios usados y olvidados para ganar su atención.
No pude conseguir una mesa afuera, estaba lloviendo cuando llegamos y adentro, había un grupo de gente que quitaban todo sentido de intimidad y privacidad al lugar, dañando el tipo de conversación que había preparado para mi cometido. Intento no preocuparme y dejar que la ansiedad se apodere de mí, pero al iniciar la conversación que tantas veces había practicado frente el espejo en días anteriores, y al ver como no obtengo la reacción que esperaba, me es imposible hacer que mis píes dejen de temblar bajo la mesa. No la culpo a ella, ni me culpo a mí, la espera de aquel día había creado una expectativa de tal magnitud en mi corazón, que sin importar la respuesta que ella me diera, siempre habría de quedar cubierta por su sombra.
Llega la noche y ya todo se ha tornado amargo por la imposibilidad de conseguir aquellas palabras de tanto había esperado. Desecho y profundamente decepcionado, tomo por descuido un largo trago del licor que ella estaba tomando. Pasa un momento y diría para mi sorpresa, “ya no nos podemos ir… no puedes manejar así… el hotel del lado parece un buen sitio donde podemos pasar la noche”. Mí respiración se vuelve pesada, todo el sonido se comienza a perder ante el fuerte y lento latido de mi corazón, las palabras se disminuyen, las miradas se intensifican y comienzo a preguntarme si es esta la ocasión, la oportunidad con la que tanto soñaba y que simplemente no había podido tener ante mí.
Escucho un susurro con el cual, ella habría de señalar que es hora de ir a la habitación y me doy cuenta que por encima de cualquier escala social creada por el hombre, soy aquella persona que por naturaleza pone en marcha la realidad del mundo, aquella verdadera élite elegida por las reglas doradas del universo, un ser cuyas acciones no son una consecuencia del medio, sino una causante de éste, un creador si es que se puede considerar la existencia de uno. Tan pronto ella se acercó a mí, por un instante vi como el brillo de las estrellas se reflejaba en sus ojos y sentí como el roce de su vestido en mi brazo me erizaba toda la piel, antes de que me fuera imposible no darle un pequeño beso.
Ella tomó mi mano y desnudos comenzamos a avanzar hacia la tina. Tenía la mirada fija sobre su cuerpo, no pude evitar contar cada uno de los pequeños lunares que adornaban su espalda, sentir que tan largos eran sus dedos, el calor de su palma, ver la forma de sus orejas, contar cada una de las veces que ella volteaba su rostro y me sonreía. Le di un beso apasionado antes de que ella entrara a la tina y ella mordió suavemente uno de mis dedos luego de entrar.
“El agua está tibia, podrías prender el calentador nuevamente?”, me dijo, pero mi mente estaba concentrada en no olvidar cada una de las sensaciones que recorrían mi cuerpo para reconocerla siempre, así me quede ciego y sordo el día de mañana. Habían dos interruptores, no sabía cuál pertenecía al calentador, o si sabía, estaba demasiada ocupada mi mente como para prestarle mucha atención. Accioné ambos interruptores a la misma vez y pude escuchar el sonido de un corto eléctrico, el cual fue seguido de una total oscuridad en lo que parecía ser todo el hotel.
Histérica por estar parada en el agua en el momento de un corto, se comenzó a vestir. No pude hacer más que ponerme una toalla y quedarme sentado viendo como todo aquello que tan cuidadosamente había hecho para mí, se desarmaba ante los vientos del destino y me vuelvo aquel hombre, uno incapaz de moverse y de hablar, que sólo puede ver como ella simplemente se va sin mirar atrás en mitad de la madrugada.
Alguien toca la puerta y me levanto esperando que sea ella, que entre silenciosamente al cuarto y juntos nos vayamos a dormir. “Que lástima que se fuera”, me dice el electricista al entrar a la habitación, “acá hacen comida muy buena en las mañanas”.
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